Alegraos profundamente, hermanos, cuando os sintáis cercados por toda clase de dificultades. Es señal de que vuestra fe, al pasar por el crisol de la prueba, está dando frutos de perseverancia.
Es más, hasta las dificultades nos llenan de alegría, porque sabemos que en la dificultad se forja la entereza del hombre, y un hombre así merece la aprobación de Dios, y la aprobación de Dios es fuente de esperanza. Una esperanza que no decepciona, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios nos ha inundado de su amor el corazón.
Por eso vivís alegres, a pesar de la aflicción que las pruebas de diversa índole os ocasionan todavía. Claro que así la autenticidad de vuestra fe -de más valor que el oro, que no perece por más que sea acrisolado por el fuego- será motivo de alabanza, de gloria y de honor, cuando se manifieste Jesucristo,
Estamos seguros, además, de que todo se encamina al bien de los que aman a Dios, de los que han sido elegidos conforme a su designio.
Estad siempre alegres. No ceséis de orar. Manteneos en constante acción de gracias, porque esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús.
Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos de toda seducción de pecado y participemos resueltamente en la carrera que se nos brida. Nuestra meta ha de ser Jesús, origen y plenitud de nuestra fe; Jesús, que, renunciando a una vida placentera, afrontó sin acobardarse la muerte ignominiosa de la cruz y ahora comparte el poder soberano de Dios.
Felices los que sufren persecución por ser justos y buenos, porque suyo es el reino de Dios. Felices vosotros cuando os insulten y os persigan y cuando falsamente digan de vosotros toda clase de infamias sólo porque sois mis discípulos. ¡Alegraos entonces! ¡Estad contentos, porque en el cielo os espera una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que vosotros!
Su poder glorioso os dotará de una fortaleza a toda prueba, para que seáis dechado de constancia y paciencia, y para que, llenos de alegría,
Sólo os pido que vuestra conducta sea digna del evangelio de Cristo. Y tanto si voy a visitaros como si me encuentro lejos y tengo que escuchar lo que se cuenta de vosotros, lo que me importa es que viváis unidos, luchando todos a una por la fe del Evangelio. No os dejéis intimidar por los enemigos; Dios ha dispuesto que vuestra fortaleza sea para ellos señal de perdición, y, en cambio, para vosotros, señal de salvación.
Esta es la razón por la que nunca nos desanimamos. Aunque nuestra condición física va desmoronándose, nuestro ser interior va recibiendo cada día nueva vida. Leves y pasajeras son nuestras penalidades de hoy, que a cambio nos producirán para siempre una riqueza inmensa e incalculable de gloria. Porque no es vuestro objetivo aquello que ahora vemos, sino lo que no puede verse todavía. Esto que ahora vemos, pasa. Lo que aún no se ve, permanece para siempre.
¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso! ¡Poned mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón! Así encontraréis descanso para vuestro espíritu, porque mi yugo es fácil de llevar, y mi carga ligera.
En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Ninguna ley existe en contra de todas estas cosas.
Que la esperanza os mantenga alegres, las dificultades no os hagan perder el ánimo y la oración no cese en vuestros labios.
Queridos hermanos, no os asombre como algo inusitado la persecución desatada contra vosotros, que es como un fuego en el que vuestra fe ha de ser probada. Alegraos, más bien, de compartir los sufrimientos de Cristo, para que el día de su gloriosa manifestación también vosotros saltéis de júbilo.
No permitáis que la fiebre del dinero se apodere de vosotros; contentaos con lo que tenéis, ya que es Dios mismo quien ha dicho: Nunca te abandonaré , jamás te dejaré solo. Por eso podemos exclamar llenos de confianza: El Señor es quien me ayuda, nada temo; ¿qué podrán hacerme los hombres?
Pero nosotros hemos de dar gracias a Dios, que por medio de nuestro Señor Jesucristo nos concede la victoria.
Dios, fuente de esperanza, llene de alegría y paz vuestra fe. Y la acción poderosa del Espíritu Santo os colme de esperanza.
No os inquietéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana ya traerá sus inquietudes. ¡Cada día tiene bastante con sus propios problemas!
No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desfallecemos, a su tiempo recogeremos una magnífica cosecha.
Y no es la necesidad lo que me hace hablar así, pues he aprendido a bastarme en cualquier circunstancia. Tengo la experiencia de pobreza y de riqueza. Estoy perfectamente entrenado para todo: lo mismo para estar harto que para pasar hambre, para nadar en la abundancia que para vivir con estrecheces.
Recordad aquellos días, cuando apenas acababais de recibir la luz de la fe y tuvisteis ya que sostener un encarnizado y doloroso combate. Algunos fuisteis públicamente escarnecido y sometidos a tormentos; otros os hicisteis del todo solidarios con quienes se batían en primera fila. Compartisteis, en efecto, el dolor de los encarcelados y soportasteis con alegría que os despojaran de vuestros bienes. Así lo hicisteis porque estabais seguros de tener a vuestro alcance unos bienes más valiosos y duraderos.
Nos imaginan tristes, y estamos llenos de alegría; parecemos pobres, y enriquecemos a muchos; damos la impresión de no tener nada, y lo tenemos todo.
Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su misma muerte.
Restablecidos, pues, en la amistad divina por medio de la fe, Jesucristo nuestro Señor nos mantiene en paz con Dios. Cristo mismo ha sido quien nos ha instalado, mediante la fe, en esta situación de gracia en que vivimos y nos hace poner nuestra honra en la esperanza de participar en la gloria de Dios.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y fuente de todo consuelo. El es quien nos conforta en todos nuestros sufrimientos, a fin de que también nosotros podamos confortar a los que se hallan atribulados, compartiendo con ellos el consuelo que de Dios hemos recibido.
La fuente de todo bien está en Dios, que os ha llamado a compartir con Cristo su gloria eterna. Y Dios mismo, después de estos padecimientos que son al fin tan breves, os restablecerá, os confirmará, os fortalecerá y os colocará sobre una base inconmovible.
Fue Cristo quien nos libró de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldito. Que no en vano afirma la Escritura: Maldito sea todo el que pende de un madero. La bendición de Abraham alcanzará así, por medio de Cristo Jesús, a todas las naciones, y nosotros recibiremos, mediante la fe, el Espíritu que Dios prometió.
Considero, por lo demás, que los sufrimientos presentes no tienen comparación con la gloria que un día se nos desvelará.
Sin embargo, se trata de un tesoro que guardamos en vasijas de barro, a fin de que nadie ponga en duda que la fuente de este poder extraordinario está en Dios y no en nosotros. Es verdad que por todas partes nos acosan, pero no hasta el punto de dejarnos sin salida; estamos en apuros, pero no como para ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados al peligro; nos derriban, pero no consiguen rematarnos.
Acerquémonos, pues, llenos de confianza, a ese trono de gracia, seguros de que la misericordia y el favor de Dios estarán a nuestro lado en el momento preciso.
Y estoy seguro de que Dios, que ha comenzado entre vosotros una labor tan excelente, irá dándole cima en espera del día de Cristo Jesús.
Que el reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe; consiste en la vida recta, alegre y pacífica que procede del Espíritu Santo .
ya que los hijos de Dios están equipados para vencer al mundo. Nuestra fe es la que vence al mundo,
a quién amáis y en quien confiáis aún sin haberle visto. Os alegraréis, con un gozo inenarrable y radiante,
En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad,
Así que en todo momento ofrezcamos a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza; esto es, el sacrificio que le presenta el fruto de unos labios que bendicen su nombre sin cesar.
¿Qué añadir a todo esto? Si Dios está a nuestro favor, ¿quién podrá estar contra nosotros? Si, lejos de escatimar a su propio Hijo, lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no habrá de darnos con él todas las cosas?
ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni criatura alguna existente, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos ha mostrado por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Dios, que os ha llamado a compartir la vida de su Hijo Jesucristo, es un Dios que cumple su palabra.
Porque no es un espíritu de cobardía el que Dios nos otorga, sino de fortaleza, amor y dominio de nosotros mismos.
Y no os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos; dejad que sea Dios quien determine el castigo, pues el Señor dice en la Escritura: A mí corresponde castigar; yo daré a cada cual su merecido.
Hermanos, habéis sido llamados a gozar de la libertad cristiana. ¡No utilicéis esa libertad como tapadera de apetencias puramente humanas! Al contrario, haceos esclavos los unos de los otros por amor.
Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba os proporcionará también la manera de superarla con éxito.
Nuestra meta ha de ser Jesús, origen y plenitud de nuestra fe; Jesús, que, renunciando a una vida placentera, afrontó sin acobardarse la muerte ignominiosa de la cruz y ahora comparte el poder soberano de Dios.
No tiene por qué dominaros el pecado, pues no estáis ya bajo el yugo de la Ley, sino bajo la acción de la gracia.
Mi Dios, a su vez, rico y poderoso como es, proveerá a todas vuestras necesidades por medio de Cristo Jesús.
En cuanto a vosotros, hijos míos, pertenecéis a Dios y habéis vencido a esos pretendidos profetas, pues el que está con vosotros es más fuerte que el que está con el mundo.
todas las promesas de Dios se han hecho en él realidad. Precisamente por eso, él sustenta el 'Amén' con que nosotros glorificamos a Dios.
Manteneos en constante acción de gracias, porque esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús.
Nosotros, sin embargo, no somos de los que se arredran y terminan sucumbiendo. Somos hombres de fe, que luchamos por salvarnos.
Es más, hasta las dificultades nos llenan de alegría, porque sabemos que en la dificultad se forja la entereza del hombre,
Y no en vano los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado lo que en ellos hay de bajos instintos, junto con sus pasiones y apetencias.
Sólo os pido que vuestra conducta sea digna del evangelio de Cristo. Y tanto si voy a visitaros como si me encuentro lejos y tengo que escuchar lo que se cuenta de vosotros, lo que me importa es que viváis unidos, luchando todos a una por la fe del Evangelio.
El cristiano es un hombre nuevo; lo viejo ha pasado, y una nueva realidad está presente.
No, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero, eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto.
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