Un proverbio dicho por un tonto es tan ridículo como ver a un borracho entre espinos.
“La gente me golpeó, pero no me dolió; me dieron azotes, pero no sentí nada. Ahora debo levantarme porque necesito otro trago”.
Todo el que contrata a un tonto o a un desconocido errante, es como un arquero que hiere a la gente lanzando flechas al azar.
Honrar a un tonto es tan inútil como tratar de atar una piedra a una honda.