Lo que dice es tan suave como la mantequilla, pero por dentro él solo planea guerra; sus palabras son tan calmantes como el aceite, pero cortan como espadas afiladas.
Los dos reyes, con malas intenciones, se dirán mentiras mientras se sientan juntos a la misma mesa. Pero sus maquinaciones son inútiles: el final llegará en el momento previsto.
Cuando el Fariseo que había invitado a Jesús vio esto, pensó: “Si este hombre realmente fuera un profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando, y qué clase de persona fue. ¡Sabría que ella es una pecadora!”
Entonces Dalila se quejó con Sansón: “¿Cómo puedes decirme: ‘Te amo’, cuando no me tienes confianza? ¡Tres veces me has hecho quedar como una estúpida, sin decirme de dónde viene tu increíble fuerza!”