No se puede confiar en nada de lo que ellos dicen, pues su deseo es destruir. Su garganta es como una tumba abierta, y sus lenguas están llenas de adulación.
Desde los cielos él envió su ayuda, y me salvó. Él derrota a aquellos que me persiguen. Selah. Dios me envía su gran amor, mostrándome que es digno de confianza.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, me masticó y me secó, dejándome tan vacía como un frasco sin nada dentro. Me engulló como si fuera un monstruo, llenándose de las partes más sabrosas de mí y tirando el resto.
Todos tus enemigos abren la boca contra ti, siseando y rechinando los dientes: “¡Nos la hemos tragado! Este es el día que hemos estado esperando. Ya está aquí y lo hemos visto pasar”.
El Señor se ha vuelto como un enemigo, destruyendo por completo a Israel y sus palacios, demoliendo sus fortalezas, haciendo que la Hija de Judá llore y se lamente cada vez más.
La tierra se abrió y se los tragó, junto con Coré. Sus seguidores murieron cuando el fuego quemó a 250 hombres. Lo que les sucedió fue una advertencia para los israelitas.