“Lo que ustedes están haciendo no está bien”, les dije. “¿No creen que deberían respetar a nuestro Dios para que las naciones enemigas no nos critiquen?
Yo oré: “Señor, por favor, escúchanos, porque nos están tratando con desprecio. Haz que sus insultos caigan sobre sus propias cabezas. Que se los lleven como un botín, prisioneros en tierra extranjera.
Pero los gobernadores anteriores a mí habían impuesto una pesada carga al pueblo, quitándole cuarenta siclos de plata, así como comida y vino. Sus ayudantes también extorsionaban al pueblo. Pero por mi respeto a Dios no actué así.
Pero dondequiera que iban entre las naciones, arruinaban mi reputación, porque la gente decía de ellos: ‘Este es el pueblo del Señor, pero tuvo que abandonar su país’.
Durante este tiempo, toda la iglesia en Judea, Galilea y Samaria estuvo en tranquilidad. Y la iglesia se fortalecía y aumentaba en número a medida que los creyentes vivían en reverencia para con el Señor, animados por el Espíritu Santo.
Así que mi mejor consejo es que las viudas que son más jóvenes se casen y tengan hijos y se ocupen del hogar. Así no habrá oportunidad para la crítica que proviene del Enemigo.
Deben ser sensatas y puras, hacendosas, hacedoras del bien y tener oídos prestos a lo que sus esposos les dicen. De este modo, no habrá nada malo que decir de la palabra de Dios.
Asegúrense de actuar apropiadamente cuando estén en compañía de quienes no son cristianos, para que incluso si los acusaran de hacer lo malo, ellos puedan ver sus buenas obras y glorifiquen a Dios cuando venga.