Allí le trajeron a un hombre paralítico acostado en una estera. Cuando Jesús vio cuánto confiaban en él, le dijo al paralítico: “¡Anímate, amigo mío! Tus pecados están perdonados”.
Entonces comenzó a difundirse la noticia acerca de él por toda la provincia de Siria. La gente traía delante de él a todos los que estaban enfermos: personas afligidas por todo tipo de enfermedades, personas poseídas por demonios, enfermos mentales, paralíticos, y él los sanaba a todos.
Cuando Jesús escuchó lo que este hombre dijo, se quedó asombrado. Entonces le dijo a los que le seguían: “En verdad les digo que no he encontrado este tipo de confianza en ninguna parte de Israel.
Cuando llegó la noche, trajeron ante Jesús a un hombre endemoniado. Con solo una orden, Jesús hizo que los espíritus salieran de él, y sanó a todos los que estaban enfermos.
Pero ahora, para convencerlos de que el Hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados…” Dirigiéndose al hombre paralítico, le dijo: “¡Levántate, toma tu estera y vete a casa!”
Les he dicho todo esto a fin de que tengan paz porque ustedes son uno conmigo. Ustedes sufrirán en este mundo, pero sean valientes— ¡Yo he derrotado al mundo!”
Entonces este hombre se sentó allí para escuchar a Pablo predicar. Y cuando Pablo lo miró directamente a él y se dio cuenta de que este hombre estaba creyendo en el Señor para ser sanado,
Después de esto, durante la noche, el Señor se puso en pie junto a Pablo y le dijo: “¡Ten valor! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así mismo deberás hacerlo en Roma”.
Hay quien podría debatirme: “Tú tienes tu fe en Dios pero yo tengo mis buenas obras”. Pues bien, ¡muéstrame tu fe en Dios sin buenas obras, y yo te mostraré mi fe en Dios con mis buenas obras!