Mientras Esdras oraba y confesaba sus pecados, llorando y cayendo de bruces ante el Templo de Dios, una gran multitud de israelitas, hombres, mujeres y niños, se reunió a su alrededor. El pueblo también lloraba amargamente.
Entonces confesé mis pecados a ti. No escondí los errores que había cometido. Me dije a mí mismo: “Confesaré mis pecados al Señor”, y tú perdonaste la culpa de mis pecados. Selah.
Oré al Señor, mi Dios, y me confesé, diciendo: “Señor, ¡eres un Dios grande y asombroso! Siempre cumples tus promesas y demuestras tu amor confiable a los que te aman y guardan tus mandamientos.
Luego pondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él todas las faltas de los israelitas, todos sus actos de rebelión y todos sus pecados. Los pondrá sobre la cabeza del macho cabrío y lo enviará al desierto, llevado allí por un hombre elegido para hacerlo.
“Sí, yo los bautizo en agua para mostrar arrepentimiento, pero después de mi viene uno que es más grande que yo. Yo no soy siquiera digno de quitar sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Juan respondió y les explicó a todos: “Sí, yo los bautizo en agua. Pero el que viene es más importante que yo, y yo no soy digno siquiera de desabrochar su calzado. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Pues esos son solamente requisitos religiosos, que tienen que ver con la comida y la bebida, y diversas ceremonias que implican el lavamiento, las cuales fueron impuestas hasta que llegó el tiempo en que Dios estableció una nueva forma de relacionarnos con él.
Esta agua simboliza el bautismo que los salva ahora, no limpiando la suciedad de sus cuerpos, sino como una respuesta positiva a Dios, que surge de una conciencia limpia. La resurrección de Jesús es la que posibilita la salvación.