Los líderes del pueblo ya vivían en Jerusalén. El resto del pueblo echó suertes para que uno de cada diez viniera a vivir a Jerusalén, la ciudad santa, mientras que los otros nueve se quedarían en sus propias ciudades.
“Se han asignado setenta semanas a tu pueblo y a tu ciudad santa para hacer frente a la rebelión, para poner fin al pecado, para perdonar la maldad, para traer la bondad eterna, para confirmar la visión y la profecía, y para ungir el Lugar Santísimo.
No midas el patio que está fuera del Templo, déjalo, porque ha sido entregado a las naciones. Ellas pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.
Si alguno quita las palabras proféticas de este libro, Dios le quitará su parte en el árbol de la vida y de la ciudad santa que se describe en este libro.