Yo era como una ovejita confiada a la que llevan al matadero. No sabía que habían conspirado contra mí. Dijeron: “Destruyamos el árbol junto con todo lo que produce. Matémoslo para que nadie recuerde su nombre”.
Pero si se niegan a escucharme y a santificar el día de reposo no llevando carga al entrar por las puertas de Jerusalén en el día de reposo, entonces incendiaré sus puertas con un fuego imposible de apagar, y quemará las fortalezas de Jerusalén.
Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes en turno. Este fue el tiempo en que la palabra de Dios vino a Juan, el hijo de Zacarías, quien vivía en el desierto.
Los jefes de los sacerdotes y los Fariseos habían dado la orden de que cualquiera que supiera dónde estaba Jesús debía informarles para así poder arrestarlo.
Temprano en la mañana, llevaron a Jesús de donde Caifás hasta el palacio del gobernador romano. Los líderes judíos no entraron al palacio, porque si lo hacían se contaminarían ceremonialmente, y ellos querían estar aptos para comer la Pascua.