¿Qué puedo decirte? ¿Con qué te compararé, hija de Jerusalén? ¿A qué puedo decir que te pareces para consolarte, virgen hija de Sión? Porque tu herida es tan grande como el mar; ¿quién podrá curarte?
Y Jesús seguía enseñándoles, diciendo: “¡Tengan cuidado con los maestros religiosos! A ellos les encanta caminar por ahí con batas largas, y que los saluden con respeto en las plazas.
¡Qué lástima me dan ustedes, Fariseos! Porque a ustedes les encanta tener los mejores asientos en las sinagogas, y ser saludados con respeto cuando van a las plazas del mercado.