Cuando Jesús descendió de la barca, vio una gran multitud, y entonces sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles sobre muchas cosas.
Entonces Micaías respondió: “Vi a todo Israel disperso por los montes como ovejas sin pastor. El Señor dijo: ‘Este pueblo no tiene dueño; que cada uno se vaya a su casa en paz’”.
Entonces Micaías respondió: “Vi a todo Israel disperso por los montes como ovejas sin pastor. El Señor dijo: ‘Este pueblo no tiene dueño; que cada uno se vaya a su casa en paz’”.
Mi pueblo es una oveja perdida, extraviada por sus pastores, que la hacen vagar sin rumbo por los montes. Van de un lugar a otro en los montes y colinas, olvidando dónde solían descansar.
Los ídolos de la casa no dan ninguna respuesta, los adivinos miente, y los intérpretes de sueños inventan falsas esperanzas. En consecuencia, el pueblo anda sin rumbo, como ovejas extraviadas, porque no hay pastor.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento pesar por estas personas, porque han estado conmigo por tres días y no tienen nada que comer. No quiero que se vayan con hambre, no sea que se desmayen por el camino”.
Sin embargo, las multitudes lo encontraron cuando se iba y lo siguieron. Él los recibió y les explicó el reino de Dios, y sanó a todos los que necesitaban ser sanados.
Por ello le fue necesario volverse como sus hermanos en todo, para poder llegar a ser un sumo sacerdote, misericordioso y fiel, en las cosas de Dios, para perdonar los pecados de su pueblo.
Pues el sumo sacerdote que tenemos no es uno que no pueda entender nuestras debilidades, sino uno que fue tentado de la misma forma que nosotros, pero no pecó.