Fue perseguido y maltratado, pero no dijo nada. Fue llevado como un cordero a la muerte, y del mismo modo que una oveja a punto de ser esquilada guarda silencio, él no dijo ni una palabra.
Temprano, a la mañana siguiente, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros religiosos—todo el concilio de gobierno—tomaron una decisión. Mandaron que fuera atado y entregado a Pilato.