Cuando Simón Pedro vio lo que había ocurrido, se postró de rodillas ante Jesús. “¡Señor, por favor, aléjate mí, porque soy un hombre pecador!” exclamó.
Yo grité: “¡Estoy condenado! Voy a morir porque soy un hombre de labios impuros, y vivo en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto al Rey, al Señor Todopoderoso”.
Entraron a la casa y vieron al niño con María, su madre. Se arrodillaron y lo adoraron. Entonces abrieron sus bolsas de tesoros y le obsequiaron regalos de oro, incienso y mirra.
Ellos hicieron señas a los compañeros que estaban en el otro bote, pidiéndoles que vinieran a ayudar. Entonces los otros pescadores vinieron y juntos llenaron ambos botes con peces. Y los botes estaban tan llenos que comenzaban a hundirse.
Ahora vemos como en un espejo con un reflejo borroso, pero entonces veremos cara a cara. Porque ahora solo tengo un conocimiento parcial, pero entonces conoceré por completo, tal como soy completamente conocido.