“Entonces el hermano mayor le dijo a su padre: ‘Mira, todos estos años te he servido, y nunca te he desobedecido, pero nunca me diste siquiera un becerro pequeño para hacer una fiesta con mis amigos.
Dicen a los demás: ¡Mantengan la distancia! No te acerques a mí, pues soy demasiado santo para que me toques. ¡Esta gente es como el humo en mis narices, un hedor que arde todo el día!
Fueron a preguntar a los sacerdotes del Templo del Dios Todopoderoso y a los profetas: “¿Debo seguir de luto y ayuno en el quinto mes como lo he hecho por muchos años?”
Ustedes han dicho: “¿Qué sentido tiene servir a Dios? ¿Qué beneficio hay en guardar sus mandamientos o en presentarse ante el Señor Todopoderoso con caras largas?
‘Los que fueron contratados al final solo trabajaron una hora, y les pagaste lo mismo que a nosotros que trabajamos todo el día en medio del calor abrasante,’ refunfuñaban.
De la misma manera, cuando ustedes hayan hecho todo lo que se les encargó, simplemente digan: ‘Somos siervos indignos. Solo cumplimos con nuestro deber’”.
Ellos no comprenden cómo Dios nos hace justos, y tratan de justificarse a sí mismos. Se niegan a aceptar la manera en que Dios justifica a las personas.
¿Acaso tenemos algo de qué jactarnos? Por supuesto que no, ¡no hay lugar para ello! ¿Por qué? ¿Acaso es porque seguimos la ley de guardar los requisitos? No, nosotros seguimos la ley de la fe en Dios.
Yo solía vivir sin darme cuenta de lo que la ley realmente significaba, pero cuando comprendí las implicaciones de ese mandamiento, entonces el pecado volvió a la vida y morí.
Si tienes oídos, escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias. A los que sean victoriosos les daré del maná escondido. Les daré una piedra blanca con un nombre nuevo escrito en ella, el cual nadie conoce sino solo quienes la reciben.