De hecho, aunque ustedes pudieran matar a todo el ejército babilónico que los ataca, dejando sólo a los hombres heridos en sus tiendas, igual se levantarían y quemarían esta ciudad.
Así que esto es lo que dice el Señor: Voy a poner bloques delante de esta gente para hacerla tropezar. Padres e hijos caerán muertos, amigos y vecinos también.
¡Jinetes a cargo, con espadas y lanzas que brillan! Muchos difuntos, montones de cadáveres e innumerables cuerpos, tantos que la gente tropieza con ellos.
Como el Señor se enojó con Israel, los entregó a los invasores que los saquearon. Los vendió a sus enemigos de alrededor, enemigos a los que ya no podían resistir.
Cuando tocaron las trescientas trompetas, el Señor hizo que todos los hombres del campamento se atacaran unos a otros con sus espadas. El ejército enemigo huyó hacia Bet Shitá, cerca de Zererá, hasta la frontera de Abel Meholá, cerca de Tabbá.
Los filisteos atacaron a los israelitas en formación, y cuando la batalla se extendió, los filisteos derrotaron a los israelitas, matando a 4.000 de ellos en el campo de batalla.