Nadie puede estar en el Tabernáculo de Reunión desde que Aarón entra para purificar el Lugar Santísimo hasta que sale, después de haber arreglado las cosas para él, su casa y todos los israelitas.
Todos nosotros nos hemos extraviado, como ovejas. Cada uno de nosotros ha seguido su propio camino, y el Señor permitió que toda nuestra culpa cayera sobre él.
“Se han asignado setenta semanas a tu pueblo y a tu ciudad santa para hacer frente a la rebelión, para poner fin al pecado, para perdonar la maldad, para traer la bondad eterna, para confirmar la visión y la profecía, y para ungir el Lugar Santísimo.
Así es como corregirá el Lugar Santísimo y lo purificará de la inmundicia de los israelitas, de sus actos de rebelión y de todos sus pecados. Hará lo mismo con el Tabernáculo de Reunión que está en medio de su campamento, rodeado de sus vidas inmundas.
“Entonces irá al altar que está delante del Señor y lo purificará. Tomará la sangre del toro y del macho cabrío y la pondrá en todos los cuernos del altar.
El Hijo es la gloria radiante de Dios, y la expresión visible de su verdadero carácter. Él sostiene todas las cosas con su poderoso mandato. Cuando hizo provisión para limpiar el pecado, se sentó a la diestra de la Majestad del cielo.
Pero solo el sumo sacerdote entraba a la segunda sala, y solo una vez al año. Incluso en ese momento tenía que hacer un sacrificio que incluyera sangre, el cual era ofrecido por sí mismo y por los pecados que el pueblo hubiera cometido por ignorancia.
Tomó las consecuencias de nuestros pecados sobre sí mismo en su cuerpo en la cruz para que nosotros pudiéramos morir al pecado y vivir en justicia. “Por sus heridas, somos sanados”.
Y Jesús murió por culpa de los pecados, una vez y para siempre, el Único que es completamente verdadero y justo, por aquellos que somos malos, para poder llevarnos a Dios. Fue llevado a muerte en su cuerpo, pero vino a la vida en el espíritu.