Los israelitas fueron y clamaron ante el Señor hasta el atardecer y preguntaron: “¿Debemos ir a atacar de nuevo a los benjamitas, nuestros parientes?” “Vayan y atáquenlos”, respondió el Señor.
Entonces la gente se acercó a David y trataron de persuadirlo para que comiera algo durante el día. Pero David hizo un juramento, diciendo: “¡Que Dios me castigue severamente si como pan o cualquier otra cosa antes de la puesta del sol!”
Entonces Josué rasgó sus ropas y cayó de bruces al suelo delante del Arca del Señor hasta la noche. Los ancianos hicieron lo mismo, y él y los ancianos se echaron polvo en la cabeza.
Josué gritó: “¿Por qué, oh por qué, Señor Dios, nos trajiste al otro lado del río Jordán sólo para entregarnos a los amorreos para que nos destruyan? ¡Deberíamos habernos conformado con quedarnos al otro lado del Jordán!
Los israelitas fueron a Betel y le preguntaron a Dios: “¿Quiénes de nosotros deben ser los primeros en ir a luchar contra los benjamitas?” “Judá debe ir primero”, respondió el Señor.
“Saldrás de allí y seguirás hasta la encina de Tabor, donde te encontrarás con tres hombres que van a adorar a Dios en Betel. Uno llevará tres cabritos, otro llevará tres panes y otro llevará un odre de vino.
Una vez reunidos en Mizpa, sacaron agua y la derramaron ante el Señor. Ese día ayunaron y reconocieron: “Hemos pecado contra el Señor”. Y Samuel se convirtió en el líder de los israelitas en Mizpa.