Pero los benjamitas salieron de Guibeá y mataron a veintidós mil israelitas en el campo de batalla ese día.
“Benjamín es un lobo feroz. Por la mañana destruye a sus enemigos, por la tarde divide el botín”.
Ahora planeas convertir a esta gente de Judá y Jerusalén en esclavos. ¿Pero no eres tú también culpable de pecar contra el Señor, tu Dios?
Ni el más grande ejército puede salvar a un rey; ni la fuerza más poderosa puede salvar a un guerrero.
Tu camino conducía al mar, y pasaba por el mar profundo. Aun así tus huellas eran invisibles.
Entregó a su pueblo y permitió que lo masacraran a espada, pues estaba furioso con su pueblo escogido.
Señor, cuando me quejo ante ti, siempre demuestras tener la razón. Aun así, quiero presentarte mi caso. ¿Por qué les va tan bien a los malvados? ¿Por qué viven tan cómodamente los que te son infieles?
Desde los días de Guibeá, oh Israel, has estado pecando y no has cambiado. ¿Acaso el pueblo de Guibeá cree que la guerra no los alcanzará?
Cuando estén en un campamento del ejército durante una guerra con sus enemigos, asegúrense de evitar todo lo malo.
Luego salieron a la batalla con el ejército de Benjamín, tomando sus posiciones para atacar Guibeá.
Pero los israelitas se animaron unos a otros a tener confianza, y tomaron las mismas posiciones que tenían el primer día.
Sin embargo, los benjamitas salieron de Guibeá una vez más y mataron a dieciocho mil israelitas, todos armados con espadas.