Cualquiera que confía en el Hijo tiene vida eterna, pero cualquiera que se niega a creer en el Hijo, no experimentará vida eterna, sino que sigue bajo la condenación de Dios.
Sométanse a su hijo para que no se enoje y mueran repentinamente. Su ira se inflama de repente, pero felices son los que acuden a él buscando protección.
‘Ni uno solo de los que salvé de Egipto, que tenga veinte años o más, verá jamás la tierra que prometí con el juramento de dar a Abraham, Isaac y Jacob, porque no estaban completamente comprometidos conmigo,
Les digo la verdad: aquellos que siguen lo que yo digo y creen en Aquél que me envió, tienen vida eterna. Ellos no serán condenados, sino que habrán pasado de la muerte a la vida.
Todos los que dependen del cumplimiento de la ley están bajo maldición, porque como dice la Escritura: “Maldito es todo aquél que no guarda cuidadosamente todo lo que está escrito en el libro de la ley”.
¿Cuánto más merecedores de castigo creen que serán quienes hayan pisoteado al Hijo de Dios, siendo que han menospreciado la sangre que selló el pacto que nos santificaba, considerándolo como ordinario y trivial, y que han abusado del Espíritu de gracia?
¿cómo escaparemos si no atendemos esta gran salvación que el Señor anunció desde el principio, y que después nos confirmó por medio de quienes lo oyeron?
Pero los cobardes, los que no confían en mí, los que hacen cosas aborrecibles, los asesinos, los que comenten inmoralidad sexual, los que practican hechicería, los que adoran ídolos, los mentirosos, tienen su lugar escogido en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte”.