¿Te gusta acusarme? ¿Por qué me rechazas a mí, a quien has creado con tus propias manos, y sin embargo te alegras de las maquinaciones de los malvados?
Me hiciste y me diste forma con tus propias manos, y sin embargo me destruyes.
Me llamarías y yo te respondería; me añorarías, al ser que has creado.
¿Por qué tus ojos relampaguean de ira, que te vuelves contra Dios y te permites hablar así?
Dios me ha entregado a la gente malvada; me ha arrojado en sus manos.
Pero deberías darte cuenta de que es Dios quien me ha perjudicado, me ha atrapado en su red.
Esa gente cree que hace su propia fortuna, pero yo no acepto su forma de pensar.
Y, sin embargo, era él quien había llenado sus casas de bienes; pero no aceptaba su manera de pensar”.
“Les prometo que, mientras viva Dios, que me ha negado la justicia; el Todopoderoso, que me ha amargado la vida,
Te has vuelto cruel conmigo; usas tu poder para hacerme sufrir.
¿Acaso el mismo Dios no nos hizo a todos?
El espíritu de Dios me hizo, y el aliento del Todopoderoso me da vida.
“¿Todavía vas a pelear con el Todopoderoso y tratar de enderezarlo? Quien discute con Dios debe dar alguna respuesta”.
“¿De verdad vas a decir que mis decisiones están equivocadas? ¿Vas a condenarme para tener razón?
“Mira, Dios no rechaza a quien es inocente, ni apoya a quien es culpable.
Por eso digo: ‘A Dios le da igual. Él destruye tanto al inocente como al malvado’.
La tierra ha sido entregada al malvado; él ciega los ojos de los jueces; y si no es él, entonces ¿quién?
¡Sepan que el Señor es Dios! Él nos creó, y le pertenecemos. Somos su pueblo, el rebaño por el cual se preocupa.
¡El Señor me reivindica! Señor, tu gran amor perdura para siempre! ¡No abandones la obra de tus manos!
Dios escucha a los pobres y no ignora a su pueblo que está en prisión.
Pero tú, Señor, eres nuestro Padre. Nosotros somos el barro, tú eres el alfarero. Nos has hecho con tus propias manos.
De modo que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, del Creador fiel, deben asegurarse de que están haciendo el bien.