Estaban sentados para comer cuando vieron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad. Sus camellos llevaban especias aromáticas, bálsamo y mirra para llevarlos a Egipto.
“Si tiene que ser así, entonces esto es lo que harán”, respondió Israel. “Llévense lo mejor que produce nuestro país. Empaquen sus bolsas con regalos para este hombre: bálsamo, un poco de miel, especias, mirra, pistachos y almendras.
Esto es lo que debes decirles: Las lágrimas brotan de mis ojos sin cesar, de día y de noche, porque mi pueblo ha sido aplastado por un duro golpe, una herida realmente grave.
Pongan indicadores en el camino; háganse señales. Tienen que estar seguros de poder encontrar de nuevo el camino por el que han viajado. Vuelve, Virgen Israel, vuelve a tus pueblos.
No hay forma de sanar tus lesiones, y estás herido de gravedad. Todos los que oyen esta noticia aplaudirán por lo que te ha sucedido, porque ¿acaso hay quien haya escapado de tu constante crueldad?