Esto es lo que dice el Señor: El sonido de un terrible llanto y de un lamento se oye en Ramá. Es Raquel que llora por sus hijos. Están muertos, y ella no puede ser consolada
Todos sus hijos e hijas trataron de consolarlo, pero él rechazaba sus intentos. “No”, dijo, “bajaré a mi tumba llorando por mi hijo”. Así que el padre de José siguió llorando por él.
“Tus siervos son doce hermanos, hijos de un hombre que vive en el país de Canaán”, explicaron. “El más joven está ahora mismo con nuestro padre, y uno ha fallecido”.
Jacob, su padre, los acusó: “Me han quitado a José, ¡se ha ido! ¡Simeón también se ha ido! ¡Ahora quieren llevarse a Benjamín! ¡Soy yo el que está sufriendo por todo esto!”
Nuestras tiendas han sido destruidos; todas nuestras cuerdas se han roto. Nos han quitado a nuestros hijos y ya no están. No nos queda nadie para armar nuestras tiendas o colgar nuestras cortinas”.
Este es el mensaje del Señor que llegó a Jeremías después de que Nabuzaradán, el comandante de la guardia, lo liberara en Ramá Nabuzaradán había descubierto a Jeremías atado con cadenas junto con todos los prisioneros de Jerusalén y de Judá que eran llevados al exilio en Babilonia.
Se sentaba bajo la palma de Débora, entre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraín, y los israelitas acudían a ella para que tomara sus decisiones.