Entonces Oseas, hijo de Ela, conspiró contra Peca, hijo de Remalías. En el vigésimo año del reinado de Jotam, hijo de Uzías, Oseas atacó a Peca, lo mató y asumió como rey.
Por eso el Señor arde de ira contra su pueblo. Ha levantado su mano y los ha golpeado, sacudiendo las montañas y dejando sus cadáveres tirados como basura en las calles. A pesar de todo esto, su cólera no ha terminado, y su mano sigue levantada.
Por eso el Señor no está contento con sus jóvenes, no tiene compasión de sus huérfanos y viudas, porque todos ellos son hipócritas y hacen el mal: todos hablan con necedad. Por todo esto él sigue enojado y su mano permanece alzada.
Voy a aplastarlos unos contra otros como si fueran tinajas de vino, tanto a los padres como a los hijos, declara el Señor. No dejaré que ninguna misericordia, piedad o compasión me impida destruirlos.
El Señor le dijo a Gedeón: “Hay demasiados soldados contigo para que les entregue a los madianitas, pues de lo contrario Israel se jactará ante mí diciendo: ‘Me salvé con mis propias fuerzas’.
Entonces Saúl y todo su ejército se reunieron y entraron en batalla. Descubrieron que los filisteos estaban en total desorden, atacándose unos a otros con las espadas.