Como un brote joven creció ante él, como una raíz que surge de la tierra seca. No tenía belleza ni gloria para que nos fijáramos en él; nada en su aspecto nos atraía.
Pero en ese momento, “el retoño del Señor” será atractivo y glorioso; el fruto que produzca la tierra será el orgullo y la gloria de los supervivientes que queden en Israel.
Porque nos nacerá un niño, se nos dará un hijo. Él llevará la responsabilidad de gobernar. Se llamará Consejero maravilloso, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de la paz.
Mira, se acerca el momento, declara el Señor, en que elegiré a un descendiente de David que haga lo correcto. Como rey gobernará con sabiduría y hará lo que es justo y correcto en todo el país.
¡Presta atención, sumo sacerdote Josué, y todos los sacerdotes a quienes enseñas! Eres una señal de las cosas buenas que vendrán. ¡Miren! Yo traeré a mi siervo, la rama.
¿Acaso no es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven sus hermanas entre nosotros?” Entonces se sintieron ofendidos y lo rechazaron.
“Es cierto que Elías viene primero para prepararlo todo”, respondió Jesús. “Pero, ¿por qué, entonces, dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que sufrir mucho y ser tratado con deprecio?
Entonces Jesús le dijo al hombre: “Las zorras tienen sus guaridas, y las aves silvestres tienen sus nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene un lugar donde recostar su cabeza”.
Lo que la ley no pudo hacer porque no tenía el poder para hacerlo debido a nuestra naturaleza pecaminosa, Dios pudo hacerlo. Al enviar a su propio Hijo en forma humana, Dios se hizo cargo del problema del pecado y destruyó el poder del pecado en nuestra naturaleza humana pecaminosa.