“Esto es lo que dice Ciro, rey de Persia: ‘El Señor, el Dios de los cielos, que me ha dado todos los reinos de la tierra, me ha dado la responsabilidad de construirle un Templo en Jerusalén, en Judá.
“Sin embargo, ustedes son mis testigos, declara el Señor, y mi siervo elegido, para que piensen en ello, y me crean y comprendan que yo soy Dios. Ningún dios me precedió, y ninguno vendrá después de mí.
¡No teman, no tengan miedo! ¿No les dije hace tiempo lo que iba a hacer? ¿No les expliqué lo que iba a hacer? Ustedes son mis testigos. ¿Hay algún otro Dios además de mí? No hay otra roca, ¡no conozco ninguna!
Esto es lo que dice el Señor a Ciro, el que ha ungido, a Ciro, cuya mano derecha he agarrado para dirigirlo a derrotar naciones y debilitar reyes, para abrir ante él puertas y portones que no se cerrarán.
Ahora escucha esto, mujer sensual, sentado ahí tan seguro de ti mismo, diciéndote: “Soy supremo—no hay nadie más que yo. Nunca seré viuda ni experimentaré la pérdida de mis hijos”.
“Haré fuertes los brazos del rey de Babilonia y pondré mi espada en su mano, pero romperé los brazos del faraón, y gemirá de dolor como quien está a punto de morir.