Como la tienda de un pastor, el lugar donde vivo ha sido arrancado y alejado de mí. Como un tejedor he enrollado la tela de mi vida y la he cortado del telar. Día y noche me llevan a su fin.
Nadie volverá a vivir en Babilonia. Estará desierta; ningún nómada del desierto instalará allí una tienda, ningún pastor llevará allí un rebaño a descansar.
Sabemos que cuando esta “tienda de campaña” terrenal en la que vivimos sea derribada, tenemos una casa preparada por Dios, no hecha por manos humanas. Es eterna, y está en el cielo.
Aunque estamos en esta “tienda” suspiramos, agobiados por esta vida. No deseamos tanto ser desvestidos de lo que nos ofrece esta vida, sino que ansiamos aquello con lo que seremos revestidos, para que lo mortal sea aplastado por la vida.