La tragedia llega a la ciudad de Samaria, la coronación de los borrachos de Efraín, a la flor marchita de maravillosa belleza, asentada sobre un valle fértil, y amada por los martillados por el vino.
He pisado el lagar yo solo; de las naciones de alrededor nadie vino a ayudarme. Por eso, en mi cólera los pisé como si fueran uvas, en mi furia los pisoteé. Es su sangre la que ha manchado mis vestidos.
El Señor hizo a un lado a todos mis fuertes soldados que me defendían. Convocó un ejército para atacarme, para aplastar a mis jóvenes. El Señor ha pisoteado a la virgen hija de Judá como a las uvas en un lagar.
Entonces oí a un santo que hablaba, y otro santo le preguntó al que hablaba: “¿Por cuánto tiempo es esta visión -la eliminación del servicio continuo, la rebelión que causa la devastación, la entrega del santuario y el ejército de la gente para ser pisoteado?”
¿Cuánto más merecedores de castigo creen que serán quienes hayan pisoteado al Hijo de Dios, siendo que han menospreciado la sangre que selló el pacto que nos santificaba, considerándolo como ordinario y trivial, y que han abusado del Espíritu de gracia?
No midas el patio que está fuera del Templo, déjalo, porque ha sido entregado a las naciones. Ellas pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.