Una vez que el Señor haya terminado todo su trabajo contra el Monte Sion y Jerusalén, él castigará al rey de Asiria por su terrible arrogancia y por la mirada engreída de sus ojos.
¡El terror repentino llega al atardecer! Por la mañana, ya han desaparecido. Esto es lo que les pasa a los que nos saquean, el destino de los que nos saquean.
La ciudad fortificada desaparecerá de Efraín, Damasco ya no será un reino, y los que queden de los arameos serán como la gloria perdida de Israel, declara el Señor Todopoderoso.
Los asirios serán muertos por la espada de uno que no es un hombre. Serán destruidos por la espada de uno que no es mortal. Huirán al ver la espada, y los jóvenes asirios serán llevados como mano de obra esclava.
Su “roca” se morirán de miedo, y sus oficiales se aterrorizarán y entrarán en pánico a la vista de la bandera de combate, declara el Señor, que tiene su fuego en Sión, y su horno en Jerusalén.
Esto es lo que el Señor ha dicho respecto a ti: No tendrán descendientes que lleven tu nombre. Yo destruiré los dioses en tus templos, todos los ídolos de madera y de metal. Cavaré tu tumba, porque te has depravado.
No hay forma de sanar tus lesiones, y estás herido de gravedad. Todos los que oyen esta noticia aplaudirán por lo que te ha sucedido, porque ¿acaso hay quien haya escapado de tu constante crueldad?