La ciudad fortificada desaparecerá de Efraín, Damasco ya no será un reino, y los que queden de los arameos serán como la gloria perdida de Israel, declara el Señor Todopoderoso.
En el noveno año del reinado de Oseas, el rey de Asiria capturó Samaria y deportó a los israelitas a Asiria. Los asentó en Jalaj, en Gozán, sobre el río Jabor, y en las ciudades de los medos.
Pero ahora el Señor vuelve a hablar y dice: Dentro de tres años, como un obrero contratado cuenta los años con precisión, la gloria de Moab se convertirá en algo de lo que habrá que reírse. A pesar de que ahora hay tantos moabitas, pronto sólo quedarán unos pocos débiles.
Has convertido la ciudad en un montón de escombros; la ciudad fortificada es ahora una ruina; el palacio de los extranjeros ha desaparecido. Ya no es una ciudad y nunca será reconstruida.
Entonces el Señor le dijo a Oseas: “Ponle por nombre Jezreel, porque yo castigaré la casa de Jehú por la sangre que derramó sobre Jezreel; y yo pondré fin al reino de Israel.
Gómer volvió a quedar embarazada y esta vez tuvo una hija. El Señor le dijo entonces a Oseas: “Ponle por nombre Lo-ruhama, porque no amaré más a la casa de Israel y de seguro no los perdonaré.
El ruido terrible de la batalla se levantará contra su pueblo, y sus castillos serán destruidos, así como Salmán azotó a Bet-Arbel en tiempos de guerra. Hasta las madres junto a sus hijos fueron estrellados contra el suelo hasta quedar en pedazos.
Los que hacen juramentos en nombre de los ídolos vergonzosos de Samaria, que hacen juramentos como: “Por la vida de tu dios, Dan”, o “Un peregrinaje al dios de Beerseba”, los tales caerán, y nunca volverán a levantarse.