Allí había un hombre llamado Ananías que fue a verme. Era un hombre devoto que guardaba la ley, y era muy respetado por los judíos que vivían en la ciudad.
En ese tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Y era un hombre recto y muy piadoso. Él esperaba con ansias la esperanza de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él.
“Venimos de parte de Cornelio, un hombre bueno, devoto, que tiene temor de Dios y es respetado entre el pueblo judío”, respondieron. “Un ángel lo instruyó para que enviara a buscarte y llevarte hasta su casa para escuchar lo que tú tienes para decirle”.
Nosotros seguimos, no importa si recibimos honra o deshonra, si somos maldecidos o alabados. La gente nos llama fraude, pero nosotros decimos la verdad.