Hirále preguntó a los hombres de allí, “¿Dónde está la prostituta de culto que se sienta en el camino de entrada a Enayin?” “Aquí no hay ninguna prostituta de culto”, respondieron.
Judá envió a su amigo Hirá de Adulán con una cabra joven para que le devolviera sus pertenencias que había dejado como garantía de la mujer, pero no pudo encontrarla.
Te convertiste en lugares altos de adoración de ídolos en lo alto de cada calle; te degradaste, ofreciendo tu hermoso cuerpo a cualquiera que pasara, abriendo tus piernas para ellos, volviéndote cada vez más promiscua.