El padre la reconoció de inmediato y dijo: “¡Esta es la túnica de mi hijo! Algún animal salvaje debe habérselo comido. El pobre José ha sido despedazado, ¡no hay duda de ello!”
Pero mientras seguía su camino, un león se le cruzó en el camino y lo mató. Su cuerpo quedó tendido en el camino, con el asno y el león de pie junto a él.
Volviéndose, los miró y lanzó una maldición sobre ellos en nombre del Señor. De repente, dos osos hembras salieron del bosque y mutilaron a cuarenta y dos de ellos.
Ustedes afirman: “Hemos hecho un acuerdo con la muerte; tenemos un contrato con la tumba. Cuando pase el terrible desastre, no nos afectará, porque nuestras mentiras nos protegen y nos escondemos en nuestros propios engaños”.
Pues hubo un tiempo en que nosotros también fuimos necios y desobedientes. Éramos engañados y andábamos como esclavos de diversos deseos y placeres. Vivíamos vidas de maldad, llenas de celos. Estábamos llenos de odio los unos por los otros.