Entonces el siervo y sus hombres comieron y bebieron, y pasaron la noche allí. Cuando se levantaron por la mañana, dijo “Es mejor que me vaya ahora a cada de mi señor Abraham”.
Quédate aquí en este país. Yo estaré contigo y te bendeciré, porque voy a darte a ti y a tus descendientes todas estas tierras. Yo guardaré la promesa solemne que yo le juré a tu padre Abraham.
Entonces vio al Señor que estaba en pie sobre él, y que dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham, y el Dios de Isaac. Yo te doy a ti y a tus descendientes la tierra en la que estás acostado ahora.
¡Escucha! Yo estoy contigo y te cuidaré dondequiera que vayas. Yo te traeré de regreso a esta tierra. No te abandonaré, porque voy a hacer lo que te prometí”.
Yo soy el Dios de Betel, donde echaste el aceite de oliva sobre el pilar de piedra y me hiciste una promesa solemne. Ahora prepárate para salir de esta tierra, y devuélvete a la tierra de tus padres’”.
Por fe en Dios vivió en la tierra prometida, pero como extranjero, viviendo en tiendas junto a Isaac y Jacob, quienes participaron con él al ser herederos de la misma promesa.