Entonces Jacob le dio a Esaú un poco de pan, y un guisado de lentejas. Esaú comió y bebió hasta que se sació y se fue. Al hacer esto, Esaú demostró cuán poco le importaban sus derechos como hijo primogénito.
Cuando Eliseo regresó a Gilgal, había hambre en esa zona. Los hijos de los profetas estaban sentados a sus pies, y él dijo a su criado: “Usa la olla grande y hierve un poco de guiso para los hijos de los profetas”.
Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas. Encontró una viña silvestre y recogió tantas calabazas silvestres como le cabía en su manto. Luego regresó y las picó en la olla del guiso. Pero nadie sabía que era peligroso comerlas.
Si alguien lleva un poco de carne de un sacrificio sagrado en un pliegue de su ropa, y ese pliegue toca pan, estofado, vino o aceite de oliva, o cualquier otro alimento, ¿se vuelve sagrado dicho alimento?” Y la respuesta de los sacerdotes fue: “No”.
Pero uno de los soldados le dijo: “Tu padre hizo que el ejército hiciera un juramento solemne, diciendo: ‘¡Maldito el que coma algo hoy!’ Por eso los hombres están agotados”.