Pero la Escritura nos dice que todos somos prisioneros del pecado. El único modo en que podemos recibir las promesas de Dios es por la fe en Jesucristo.
Pero estas cosas están escritas aquí para que ustedes puedan creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que al creer en quien él es, ustedes tengan vida.
Cualquiera que confía en el Hijo tiene vida eterna, pero cualquiera que se niega a creer en el Hijo, no experimentará vida eterna, sino que sigue bajo la condenación de Dios.
Les digo la verdad: aquellos que siguen lo que yo digo y creen en Aquél que me envió, tienen vida eterna. Ellos no serán condenados, sino que habrán pasado de la muerte a la vida.
Porque a través de un hombre el pecado entró al mundo, y el pecado condujo a la muerte. Y de esta manera la muerte llegó a todos, porque todos eran pecadores.
De modo que a través de Cristo Jesús la bendición de Abraham pudo llegar también a los extranjeros, y nosotros pudimos recibir la promesa del Espíritu por nuestra fe en Dios.
Esta carta viene de parte de Pablo, apóstol de Cristo Jesús y escogido por Dios, y es enviada con el fin de contar sobre la promesa de una vida real, es decir, en Cristo Jesús.
Por eso él es el mediador de una nueva relación de pacto. Puesto que la muerte ha ocurrido para liberarlos de los pecados cometidos bajo la relación del primer pacto, ahora los que son llamados pueden recibir la promesa de una herencia eterna.