Entonces celebraron la Fiesta de los Panes sin Levadura durante siete días. Todos los habitantes del país estaban muy contentos porque el Señor había hecho que el rey de Asiria les fuera favorable, ayudándoles a reconstruir el Templo de Dios, el Dios de Israel.
Luego me levanté durante la noche y salí con unos pocos hombres. No le expliqué a nadie lo que mi Dios había puesto en mi mente para hacer por Jerusalén. Sólo tomé un caballo para montar.
Que se me proporcione también una carta para Asaf, guardián del bosque del rey, a fin de que me dé madera para hacer vigas para las puertas de la fortaleza del Templo, para las murallas de la ciudad y para la casa en que viviré”. Como mi Dios bondadoso estaba sobre mí, el rey me dio lo que le pedí.
Mi Dios me animó a que todos -los nobles, los funcionarios y el pueblo- vinieran a registrarse según su genealogía familiar. Encontré el registro genealógico de los que habían regresado primero. Esto es lo que descubrí escrito allí.
“Ustedes tendrán el honor de decidir cuándo oraré por ustedes, sus funcionarios y su pueblo para que os quiten las ranas a ustedes y a sus casas. Permanecerán sólo en el Nilo”.
Estoy muy feliz en el Señor porque ustedes han pensado otra vez en mí, al darme cuenta de que ustedes estaban preocupados por mí pero no podían hacer nada al respecto.
“Esta es la relación que le prometo a la casa de Israel: Después de ese tiempo, dice el Señor, yo pondré mis leyes en sus mentes, y las escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Todo lo que es bueno, todo don perfecto, viene de arriba, y desciende del Padre que hizo las luces del cielo. A diferencia de ellas, él no cambia, él no varía ni arroja sombras.
“Porque Dios puso en sus mentes que hicieran lo que él quería, que tuvieran un mismo acuerdo: ceder su reino a la bestia, para que se cumplan las palabras de Dios.