El Señor le dijo a Moisés: “Voy a ir hacia ti en una nube espesa para que el pueblo me oiga hablar contigo y así siempre confiarán en ti”. Entonces Moisés le informó al Señor lo que el pueblo había dicho.
Se oye una voz que dice: “Grítalo”. Pregunté: “¿Qué debo gritar?” “Todos los seres humanos son como la hierba, y toda su confianza es como las flores del campo.
Yo hablo con él personalmente, cara a cara. Hablo claramente, y no con acertijos. Él ve la semejanza del Señor. Entonces, ¿por qué no tuvieron miedo al criticar a mi siervo Moisés?”
Mientras Pedro aún hablaba, una nube brillante los cubrió. Entonces se escuchó una voz que salía desde la nube, que decía: “Este es mi hijo a quien amo, el cual me complace. Escúchenlo”.
Él era de quien hablaba el profeta Isaías cuando dijo: “Se oye una voz que clama en el desierto: ‘preparen el camino del Señor. Enderecen la senda para él’”.
El Señor escribió lo que tenía antes en las tablas, los Diez Mandamientos que les había dicho cuando habló desde el fuego en la montaña cuando estábamos todos reunidos allí. El Señor me las dio,
Él les hizo escuchar su voz desde el cielo para que le obedecieran. En la tierra se reveló a través del fuego ardiente, y le oyeron hablar desde el fuego.
En voz alta el Señor les dio estos mandamientos a todos ustedes, hablando desde el fuego, la nube y la profunda oscuridad que cubría la montaña. No añadió nada más. Los escribió en dos tablas de piedra y me las dio.
El Señor me dio las dos tablas de piedra en las que había escrito con su dedo todo lo que te había dicho cuando habló desde el fuego en la montaña cuando estábamos todos reunidos allí.