Tú cuidas de la tierra y la riegas con la lluvia. Haces que produzca fruto. Dios, tu río está lleno de agua para hacer crecer el grano. Así lo has hecho.
Aunque estoy viejo y lleno de cabellos blancos, por favor, no me abandones. Déjame contarle a la nueva generación sobre tu poder. Déjame decirle a todos los que vienen sobre las grandes cosas que tú haces.
Nabucodonosor se dirigió a la puerta del horno de fuego ardiente. “¡Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios Altísimo, salid! Venid aquí!”, gritó. Y Sadrac, Mesac y Abednego salieron del fuego.
Este es el decreto transmitido por los vigías, el veredicto declarado por los santos para que todos los vivos sepan que el Altísimo gobierna los reinos humanos. Él se los da a quien quiere: pone al frente a los más humildes’.
Serás expulsado de la sociedad humana y vivirás con los animales salvajes. Comerás hierba como el ganado, y te empaparás del rocío del cielo. Así estarás durante siete veces hasta que reconozcas que el Altísimo gobierna los reinos humanos y que se los da a quienes él escoge.
Pasado el tiempo, yo, Nabucodonosor, miré al cielo y mi cordura volvió a mí. Bendije y alabé al Altísimo y adoré al que vive para siempre. Su gobierno es un gobierno eterno, y su reino dura por todas las generaciones.
Hablará palabras de desafío contra el Altísimo y oprimirá al pueblo consagrado del Altísimo, e intentará cambiar los tiempos y las leyes, y serán puestos bajo su poder por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo.