Finalmente, hermanos y hermanas, les rogamos que oren por nosotros, para que el mensaje del Señor pueda esparcirse y ser aceptado en verdad, como lo aceptaron ustedes,
Me postraré ante tu santo Templo, estoy agradecido con tu santo nombre, por tu amor y fidelidad, y porque tus promesas son más grandes que lo que la gente espera.
La palabra de Dios seguía siendo esparcida, y el número de discípulos en Jerusalén aumentó grandemente, incluyendo a un gran número de sacerdotes que se comprometieron a creer en Jesús.
Ustedes nos ayudan con sus oraciones. De este modo, muchos agradecerán a Dios por la bendición que Dios nos dará en respuesta a las oraciones de muchos.
Finalmente, hermanos y hermanas, me despido. Sigan mejorando espiritualmente. Anímense unos a otros. Estén en armonía. Vivan en paz, y que el Dios de amor y paz esté con ustedes.
Oren también por nosotros para que Dios abra una puerta de oportunidad para predicar el mensaje, para hablar sobre el misterio revelado de Cristo, que es la razón por la que me encuentro prisionero aquí.
La buena noticia que les llevamos no eran solo palabras, sino que estaba llena de poder también, pues el Espíritu Santo los convenció por completo. Del mismo modo, ustedes saben qué tipo de hombres somos, pues les demostramos que estábamos trabajando por el bien de ustedes.
Porque ustedes han difundido el mensaje del Señor, no solo en Macedonia y Grecia, sino que en todas partes la gente ha oído de su fe en Dios, de modo que no necesitamos hablarle a nadie de ello.
Hay otra cosa, y es que siempre le damos gracias a Dios porque cuando ustedes escucharon y aceptaron su palabra, no la recibieron como si fueran palabras humanas, sino como lo que realmente es: como la palabra de Dios. Y esto es lo que obra en los que creen en él.
Les digo unas cuantas cosas más: Hermanos y hermanas, les rogamos y los exhortamos en el Señor Jesús para que se comporten de una manera que agrade a Dios, tal como les enseñamos. Desde luego que ya lo hacen, ¡pero sigan haciéndolo cada vez más!