Entonces Satanás salió de la presencia del Señor y le infligió a Job unas horribles llagas en la piel desde la planta de los pies hasta la parte superior de la cabeza.
Llevaban cinturones en la cintura y grandes turbantes en la cabeza. Todos se parecían a los oficiales babilónicos de Caldea, el país donde habían nacido.
“Deben ser hombres jóvenes sin ningún defecto físico que sean bien parecidos”, dijo. “Deben ser bien educados, rápidos para aprender, tener buena perspicacia, y estar bien capacitados para servir en el palacio del rey y que se les enseñe la literatura y la lengua de Babilonia”.
“¡Qué desastre viene sobre ustedes, maestros religiosos y Fariseos hipócritas! Son como sepulcros blanqueados, que se ven bien por fuera, pero por dentro están llenos de esqueletos y todo tipo de putrefacción.
Pero el Señor le dijo a Samuel: “No te fijes en su aspecto exterior ni en su altura porque lo he rechazado. Porque el Señor no mira como los seres humanos. Los seres humanos sólo ven con sus ojos lo que está en el exterior, pero el Señor mira la forma de pensar de las personas en su interior”.