¿No son los ríos de Damasco, de Abana y de Farfar mejores que cualquiera de estos arroyos de Israel? ¿No podría haberme lavado en ellos y haberme curado?” Así que se dio la vuelta y se marchó furioso.
Tomó el manto de Elías que se le había caído, golpeó el agua y gritó: “¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?” . Cuando golpeó el agua, ésta se dividió hacia un lado y hacia el otro y Eliseo cruzó.
Pero Naamán se enfadó y se marchó, diciendo: “Esperaba que al menos saliera, se quedara allí e invocara el nombre del Señor, su Dios, y agitara su mano sobre donde está mi lepra y la sanara.
Entonces Naamán dijo: “Si no lo haces, por favor, permíteme a mi, tu siervo, llevarme dos cargas de tierra, porque nunca más traeré un holocausto ni haré un sacrificio a ningún otro dios que no sea el Señor.
Ven conmigo desde el Líbano, novia mía, ven desde el Líbano. Baja de la cima de Amana, de las cumbres de Senir y Hermón, de las guaridas de los leones, de las montañas donde viven los leopardos.
Una profecía sobre Damasco: Las ciudades de Hamat y Arpad están perturbados, porque han recibido malas noticias. Están temerosos, inquietos como el mar. Nada puede calmar sus preocupaciones.
Ese día saldrá agua viva de Jerusalén, y la mitad irá al Este, hacia el Mar Muerto, y la mitad irá al Oeste, al mar Mediterráneo, fluyendo en verano e invierno por igual.