Se lo sirvieron a los hombres para que comieran, pero cuando probaron el guiso gritaron: “¡Hay muerte en la olla, hombre de Dios!”. No pudieron comerlo.
Entonces el rey envió a otro capitán con sus cincuenta hombres a Elías. El capitán le dijo a Elías: “Hombre de Dios, el rey te ordena que bajes inmediatamente”.
Luego el rey envió a un tercer capitán con sus cincuenta hombres. El tercer capitán subió, se arrodilló ante Elías y le suplicó: “Hombre de Dios, por favor, valora mi vida y la de estos cincuenta hombres.
Entonces el rey envió a un capitán del ejército con cincuenta hombres a Elías. El capitán se acercó a Elías, que estaba sentado en la cima de un monte, y le dijo: “Hombre de Dios, el rey te ordena que bajes”.
Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas. Encontró una viña silvestre y recogió tantas calabazas silvestres como le cabía en su manto. Luego regresó y las picó en la olla del guiso. Pero nadie sabía que era peligroso comerlas.