A la hora del sacrificio vespertino, me levanté de donde había estado sentado, apesadumbrado, con mis ropas rasgadas, y me arrodillé y extendí mis manos al Señor, mi Dios.
Apelo a ti, Señor Todopoderoso, tú que juzgas con justicia y examinas los pensamientos y sentimientos de la gente, déjame ver cómo los castigas, porque he dejado mi caso en tus manos.