Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le puso la corona y le entregó un ejemplar de la Ley de Dios. Lo proclamaron rey y lo ungieron. El pueblo aplaudió y gritó: “¡Viva el rey!”.
“Así que me acerqué a él y lo maté, porque sabía que, herido como estaba, no aguantaría mucho tiempo. Le quité la corona de la cabeza y el brazalete del brazo, y te los he traído aquí, mi señor”.
Tomó la corona de la cabeza de su rey y la colocó en la cabeza de David. Pesaba un talento de oro y estaba decorada con piedras preciosas. David tomó una gran cantidad de botín de la ciudad.
Entonces los hombres de Judá llegaron a Hebrón, y allí ungieron a David como rey del pueblo de Judá. Cuando David se enteró de que eran los hombres de Jabes de Galaad los que habían enterrado a Saúl,
Todos los ancianos de Israel acudieron al rey en Hebrón, donde el rey David llegó a un acuerdo con ellos en presencia del Señor. Entonces lo ungieron como rey de Israel.
Pues hoy ha ido a sacrificar muchas reses, terneros cebados y ovejas, y ha invitado a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar. En este momento están comiendo y bebiendo con él, gritando: ‘¡Viva el rey Adonías!’
El sacerdote Sadoc tomó el cuerno que contenía aceite de oliva de la Tienda y ungió a Salomón. Luego tocaron la trompeta, y todo el pueblo gritó: “¡Viva el rey Salomón!”.
Los guardias se pusieron de pie con las armas desenfundadas rodeando al rey junto al altar, y en una línea alrededor del Templo, desde el lado sur hasta el lado norte del Templo.
Pero Josaba, hija del rey Jehoram, hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, apartándolo del resto de los hijos del rey que estaban siendo asesinados. Lo puso a él y a su nodriza en un dormitorio para ocultarlo de Atalía, y no fue asesinado.
En el séptimo año, Joyadá mandó llamar a los comandantes de centenares, a los cereteos, y los guardias, y los llevó al Templo del Señor. Hizo un acuerdo con ellos y les hizo prestar un juramento. Allí, en el Templo del Señor, les mostró al hijo del rey
toma el frasco de aceite de oliva y viértelo sobre su cabeza. Dile: ‘Esto es lo que dice el Señor: te unjo como rey de Israel’. Luego abre la puerta y sal corriendo. No te quedes esperando”.
Entonces Joiada y sus hijos sacaron al hijo del rey, le pusieron la corona y le entregaron un ejemplar de la ley de Dios, y lo proclamaron rey. Lo ungieron y gritaron: “¡Viva el rey!”.
El rey amó a Ester más que a todas las demás mujeres. La trató más favorablemente y con mayor bondad que a todas las demás vírgenes. Así que colocó la corona real sobre su cabeza y la nombró reina en lugar de Vasti.
Él entregó sus leyes a los descendientes de Jacob; dio sus instrucciones al pueblo de Israel. Él ordenó a nuestros padres para que las enseñaran a sus hijos,
El rey, el ungido del Señor, el “aliento de vida” de nuestra nación, fue atrapado y capturado por ellos. Habíamos dicho de él: “Bajo su protección viviremos entre las naciones”.
Las multitudes que iban delante de él y las que lo seguían gritaban: “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito es el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
Hicieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, y le pusieron un palo en su mano derecha. Y se arrodillaban frente a él y se burlaban diciendo: “¡Salve, Rey de los judíos!”
“¡Ahora esto en verdad ha sucedido aquí, en esta misma ciudad! Tanto Herodes como Poncio Pilato, junto con los extranjeros y el pueblo de Israel, unidos todos contra el Santo, tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste como Mesías.
Tú amas lo recto, y aborreces el desorden. Es por eso que Dios, tu Dios, te ha puesto por encima de todos los demás, ungiéndote con el aceite del gozo”.
Pero vemos a Jesús, puesto en un lugar un poco inferior al de los ángeles, coronado de gloria y honra por el sufrimiento de la muerte. Por medio de la gracia de Dios, Jesús experimentó la muerte por todos.
Entonces Samuel tomó un frasco de aceite de oliva y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y lo besó diciendo: “El Señor te ha ungido como gobernante de su pueblo elegido.
Samuel tomó el frasco de aceite de oliva y lo ungió en presencia de sus hermanos, y el Espíritu del Señor vino sobre David con poder desde aquel día. Luego Samuel se fue y regresó a Ramá.