Los guardias se pusieron de pie con las armas desenfundadas rodeando al rey junto al altar, y en una línea alrededor del Templo, desde el lado sur hasta el lado norte del Templo.
Entonces el sacerdote entregó a los comandantes de centenas las lanzas y los escudos que habían pertenecido al rey David y que estaban guardados en el Templo del Señor.
Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le puso la corona y le entregó un ejemplar de la Ley de Dios. Lo proclamaron rey y lo ungieron. El pueblo aplaudió y gritó: “¡Viva el rey!”.
Rodeen al rey con las armas desenfundadas, y cualquiera que se acerque a esta línea debe ser asesinado. Permanezcan cerca del rey dondequiera que vaya”.
Entonces me llevó al patio interior del Templo del Señor y allí mismo, a la entrada del Templo, entre el pórtico y el altar, había unos veinticinco hombres. Estaban de espaldas al Templo y mirando hacia el este. Se inclinaban en adoración al sol que salía por el este.
Que los sacerdotes, los ministros del Señor lloren entre el atrio y el altar del Templo. Que digan: “Señor, ten piedad de tu pueblo, y no dejes que caiga desgracia sobre tu heredad, gobernada por naciones paganas, a fin de que el pueblo de estas naciones pregunte: ‘¿Dónde está su Dios?’”
Como consecuencia de ello, ustedes tendrán que dar cuenta de la sangre de todas las personas buenas que se ha derramado sobre la tierra: desde la sangre de Abel, que hizo lo correcto, hasta la sangre de Zacarías, el hijo de Berequías, a quien ustedes mataron entre el Templo y el altar.
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, quien fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, yo les aseguro que esta generación será responsable de ello.