Convocó a los sacerdotes y a los levitas y les dijo: “Vayan a las ciudades de Judá y recojan las cuotas anuales de todos en Israel para reparar el Templo de su Dios. Háganlo de inmediato”. Pero los levitas no fueron de inmediato.
Sacrificó a los dioses de Damasco, cuyo ejército lo había derrotado, pues se dijo: “Ya que los dioses de los reyes de Aram los ayudaron, les sacrificaré a ellos para que me ayuden”. Pero esto llevó a la ruina a Acaz y a todo Israel.
Acaz murió y lo enterraron en la ciudad, en Jerusalén. No lo enterraron en las tumbas de los reyes de Israel. Su hijo Ezequías tomó el relevo como rey.
El resto de lo que hizo Manasés, junto con su oración a su Dios y lo que le dijeron los videntes que hablaban en nombre del Señor, están registrados en el Libro de los Reyes de Israel.
No se había celebrado una Pascua como ésta en Israel desde los tiempos del profeta Samuel. Ninguno de los reyes de Israel había celebrado una Pascua como la que Josías observó con los sacerdotes, los levitas, todo Judá, los israelitas que estaban allí y el pueblo de Jerusalén.