Joram recibió una carta del profeta Elías que decía: “Esto es lo que dice el Señor, el Dios de David, tu antepasado: ‘No has seguido los caminos de tu padre Josafat, ni de Asa, rey de Judá,
Elías el tisbita, (de Tisbe en Galaad), le dijo a Acab: “¡Vive el Señor, el Dios de Israel, al que sirvo, que en los años venideros no habrá rocío ni lluvia si yo no lo digo!”
Siguió todos los caminos de su padre; no se apartó de ellos, e hizo lo correcto a los ojos del Señor. Sin embargo, los altares paganos no fueron destruidos y el pueblo siguió sacrificando y presentando ofrendas allí.
Toma un rollo y escribe todo lo que te he dicho condenando a Israel, a Judá y a todas las demás naciones, desde que te hablé por primera vez durante el reinado de Josías hasta ahora.
Cada vez que Jehudí terminaba de leer tres o cuatro columnas, Joaquín las cortaba con un cuchillo de escriba y las arrojaba al fuego. Finalmente, todo el pergamino se quemó por completo.
Al instante aparecieron los dedos de una mano humana que escribía en la pared de yeso del palacio del rey, frente al candelabro. El rey observó la mano mientras escribía.