“Haz una alianza entre tú y yo como la que hubo entre mi padre y el tuyo. Mira la plata y el oro que te he enviado. Ve y rompe tu acuerdo con Baasa, rey de Israel, para que me deje y se vaya a casa”.
Entonces David convocó a los gabaonitas y habló con ellos. Los gabaonitas no eran israelitas, sino que eran lo que quedaba del pueblo de los amorreos. Los israelitas les habían hecho un juramento, pero en su fervor nacionalista por los israelitas y Judá, Saúl había tratado de eliminarlos.
Asa tomó la plata y el oro de los tesoros del Templo del Señor y del palacio real y los envió a Ben-hadad, rey de Siria, que vivía en Damasco, con un mensaje que decía
El rey Ben-hadad hizo lo que Asa le había pedido, y envió a sus ejércitos y a sus comandantes a atacar las ciudades de Israel. Conquistaron Ijón, Dan, Abel-maim y todas las ciudades almacén de Neftalí.
Acab, rey de Israel, le preguntó a Josafat, rey de Judá: “¿Quieres ir conmigo contra Ramot de Galaad?” Josafat respondió: “Tú y yo somos como uno, y mis hombres y los tuyos son como uno. Uniremos nuestras fuerzas contigo en esta guerra”.
Jehú, hijo de Hanani, el vidente, salió a hacerle frente. Le dijo al rey Josafat: “¿Por qué ayudas a los malvados? ¿Por qué amas a los que odian al Señor? El Señor está enojado contigo por eso.
Ellos rechazan a las personas que el Señor rechaza y honran a los que siguen al Señor. Guardan y cumplen sus promesas, incluso cuando es difícil hacerlo. Ellos no cambian su manera de pensar.
¿Qué compromiso podría existir entre el Templo de Dios con los ídolos? Pues nosotros somos Templo del Dios vivo, tal como Dios dijo: “Viviré en ellos y caminaré en medio de ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.
También les dije que no hicieran ningún acuerdo con los pueblos que vivían en la tierra y que derribaran sus altares. Pero ustedes se negaron a obedecer lo que les dije. ¿Por qué hiciste esto?