Yo lo he elegido para que le enseñe a sus hijos y a su familia a seguir el camino del Señor haciendo lo que es bueno, a fin de que yo, el Señor pueda cumplir lo que le he prometido a Abraham”.
Los de todas las tribus de Israel que estaban comprometidos con el culto a su Dios seguían a los levitas a Jerusalén para sacrificar al Señor, el Dios de sus antepasados.
Trajeron siete toros, siete carneros, siete corderos y siete machos cabríos como ofrenda por el pecado por el reino, por el santuario y por Judá. El rey ordenó a los sacerdotes, descendientes de Aarón, que los ofrecieran sobre el altar del Señor.
Entonces Ezequías dio la orden de que se ofreciera el holocausto sobre el altar. Al comenzar el holocausto, comenzó al mismo tiempo el canto del Señor, sonaron las trompetas y se tocó música con los instrumentos de David, el que fuera rey de Israel.
Entonces el rey Ezequías y sus funcionarios ordenaron a los levitas que cantaran alabanzas al Señor con las palabras de David y del vidente Asaf. Así que cantaron alabanzas con alegría, e inclinaron la cabeza y adoraron.
En ese momento el poder de Dios ayudaba a que el pueblo de Judá tuviera todos el mismo deseo de seguir las órdenes del rey y de sus funcionarios, tal como lo indicaba la palabra del Señor.
Luego restauró el altar del Señor y sacrificó en él ofrendas de amistad y de agradecimiento, e instruyó a Judá para que adorara al Señor, el Dios de Israel.
Pero si no quieren adorar al Señor, ¡elijan hoy a quién quieren adorar! ¿Adorarána los dioses que adoraron sus antepasados más allá del Éufrates? ¿O a los dioses de los amorreos en cuya tierra viven ahora? Pero yo y mi familia adoraremos al Señor”.