Pero mañana a esta hora voy a enviar a mis hombres a registrar tu palacio y las casas de tus funcionarios. Tomarán y se llevarán todo lo que consideres valioso”.
Entonces David le respondió a Gad: “¡Esta es una situación terrible para mí! Por favor, deja que el Señor decida mi castigo, porque es misericordioso. No permitas que la gente me castigue”.
Los mensajeros regresaron y dijeron: “Esto es lo que dice Ben Adad: te he enviado un mensaje exigiendo que me des tu plata, tu oro, tus esposas y tus hijos.
El rey de Israel llamó a todos los ancianos del país y les dijo: “¡Miren cómo este hombre trata de causar problemas! Cuando exigió mis esposas y mis hijos, mi plata y mi oro, no dije que no”.
Todos los que hacen ídolos son estúpidos; esas cosas que tanto aman no les aportan ningún beneficio. Esa gente que cree en ídolos no puede ver esto, y no sabe nada, lo que los hace parecer tontos.
¡Griten y lloren, pastores! Arrástrense por el suelo con luto, jefes del rebaño. Ha llegado la hora de que los maten; caerán destrozados como la mejor cerámica.
El invasor ha robado todos sus tesoros. Incluso tuvo que ver cómo las naciones paganas entraban en su santuario, gente a quienes tú les habías prohibido entrar.
Mientras deambula en su miseria, Jerusalén piensa en todas las cosas maravillosas que tuvo en los viejos tiempos. Cuando sus enemigos conquistaron a su pueblo, no recibió ninguna ayuda. Sus enemigos se burlaban de ella y se reían de su caída.
Aunque prospere entre los juncos, un viento del este vendrá, un viento del Señor que se origina en el desierto secará sus fuentes y sus pozos se romperán. Yo robaré de su tesorería todo lo que tenga valor.